"MEJORAR LA CAPACIDAD DE IRRITARSE" de Esteban Villarrocha
Escribo irritado pero controlado: La pandemia ha destapado la necesidad urgente de un nuevo liderazgo político y social que se enfrente sin miedos al cambio radical que precisa nuestro sistema de convivencia.
Se hace urgente construir de nuevo un sistema de convivencia que descanse sobre la ética, la moral, la economía social, el empleo digno, la relación entre iguales, construir una convivencia que garantice un futuro para todos nosotros y nosotras, que preserve las libertades, la igualdad y un mañana fraterno.
Vivimos en la sociedad del cansancio lo que algunos denominamos democracia
“satisfecha”, el hombre rebelde que aprendió a decir no, del que escribía Albert
Camus, ha dejado paso al inconformista perplejo pero integrado.
Afortunadamente algunos intelectuales todavía producen formas de expresión e ideas que ponen de actualidad preguntas fundamentales para la humanidad, preguntas que siguen buscando respuesta a los nuevos tiempos que vivimos; son estas formas de expresión las que generan, todavía hoy, cultura: Intelectuales y gentes dedicadas a la educación y al arte, artistas y artesanos que ejercen la actividad cultural. Estos quizás son los verdadero héroes de estos tiempos convulsos e inciertos por los que transitamos y que cada vez más pertenecen a lo marginal.
Pero como responder a la pregunta: ¿qué entendemos por
cultura?. Estamos en esa dualidad contradictoria entre los
apocalípticos y los integrados, no es fácil definir hoy lo que consideramos cultura,
ni el papel que ésta desempeña en nuestras vidas. Aunque como dice Terry
Eagleton la cultura es el aspecto definitorio de lo que significa ser humano.
Utilizamos las
palabras cultura y/o arte indistintamente, creando una enorme confusión que enturbia
el debate, pervierte el dialogo; y sobre todo, confunde la participación
ciudadana con el interés particular.
Usamos los conceptos
interesadamente, mezclando la cultura como derecho y la cultura como recurso, siendo
capaces de hablar de cultura comunitaria como valor positivo, cuando sabemos
que lo que no es comunitario no puede incluirse en la definición de cultura,
tal como se entiende hoy, el uso que hacemos de definiciones equivocadamente de
cultura, arte, artistas, artesanos, etc., de una manera frívola, no nos permite
abrirnos a una nueva realidad histórica y social. La definición de cultura ha evolucionado a lo largo
de los dos últimos siglos, pasando de un elevado refinamiento a prácticas más
modestas, y de ser una especie de baluarte defensivo frente a la penetración
masiva de la industrialización a convertirse hoy en uno de los bienes más
rentables del capitalismo. Evidentemente faltan certezas.
Pero ¿qué es el arte y la cultura? y quién es capaz de designar una
definición única a estos conceptos. No
estoy seguro de que tengamos claro qué es arte
pero sí se que algunos están preparados para hacer las preguntas que nos
afectan en nuestro vivir diario y que estas se repiten a lo largo de la
historia de la actividad cultural.
Por otro lado si examinamos
el estado actual de la cultura y el arte, nos vemos obligados a censurar la
banalización y la mercantilización de lo que deberíamos considerar un medio
vital para enriquecer nuestra vida social, capaz incluso de proporcionar el
impulso necesario para transformar nuestra sociedad civil, pero este debate
requiere de cierto proceso de responsabilidad cívica que implica analizar los
vínculos actuales entre cultura, sociedad, política y estética. Hacer un
diagnostico.
¿Cuántos significados ha tenido la idea de cultura desde la
Ilustración hasta el posmodernismo?, ¿es la cultura un antídoto contra la
política o es su verdadera salsa?, ¿son compatibles la cultura como esfera de
valores estéticos universales y las culturas como formas particulares de vida
(lo universal y lo local)?, ¿qué será de la cultura en la era del neo
liberalismo actual?.
Tolstoi en su
libro ¿Qué es el arte? escribe: Es
necesario, pues, en una sociedad civilizada en que se cultiva el arte,
preguntarse si todo lo que pretende ser un arte lo es verdaderamente, y si
(como se presupone en nuestra sociedad) todo la que es arte resulta bueno por
serlo y digno de los sacrificios que entraña.
El problema es tan interesante para los artistas
como para el público, pues se trata de saber si lo que aquellos hacen tiene la
importancia que se cree, o si simplemente los prejuicios del medio en que
viven, les hacen creer que su labor es meritoria. También debe averiguarse, si
lo que toman a los otros hombres, así para las necesidades de su arte, como
para las de su vida personal, se halla compensado por el valor de lo que producen.
Sensatas reflexiones y
preguntas las del escritor ruso. ¿Qué es el arte? y ¿qué responsabilidad tiene
la sociedad para con los que dicen ser artistas?. Son las formas de contestar estas
preguntas las que permiten una reflexión
sobre la actividad cultural. Por eso empecinarse en mantener las políticas
culturales actuales no es saludable. Las respuestas están y el debate es más
amplio que una práctica concreta. Este debería ser el quehacer de los Consejos
de Cultura.
La crisis económica y social generada por la irrupción del coronavirus en nuestras vidas, está sacando a la luz las debilidades del sector cultural como sector económico, su precariedad, sus dependencias, su representatividad, en una palabra, sus flaquezas. Asimismo, muestra las diferencias entre las instituciones públicas y privadas del sector a la hora de afrontar el estado de alarma y las diferentes necesidades para poder subsistir en estos momentos de incertidumbre total.
Por
otro lado, detecto una enorme confusión conceptual sobre el papel de la cultura
como derecho y como recurso, y la difícil cuestión de su representación como
sector frente a la sociedad y las instituciones.
Todo el ocio social y cultural ha sido suspendido por
razones de salud pública. Cualquiera entiende que la salud es prioridad en una
sociedad del común, pero la cultura es una actividad que sana, no tengo dudas,
y contribuye a la buena salud de la sociedad. El ocio puede ser cultura, pero, sin duda, sí es tejido económico y aliciente para otros sectores como el turismo.
Sé que
es difícil plantear aquí lo que hay que hacer en estos momentos críticos, más
allá del propósito compartido por todos de volver a cierta normalidad social. Acertar
en lo que hay que hacer en estos momentos no es fácil. Sabemos, de entrada, que
ni todo lo que proponemos como sector se podrá hacer, ni todo se puede hacer inmediatamente.
¡Habrá que priorizar! Esta es la tarea de más responsabilidad de la acción
política ahora: saber y consultar las prioridades. Pero para poder priorizar,
la Administración tiene que saber quién le acompaña en esas decisiones y para
eso debe averiguar quién representa a quién y por qué. Aunque, insisto, lo
importante es definir cómo seleccionar, ordenar y programar en el tiempo las
acciones que hay que llevar a cabo para paliar esta situación y recuperar cierta
certidumbre en el sector económico de la cultura.
Lo
primero que se nos viene a la cabeza es reprogramar lo suprimido, mantener los
presupuestos existentes y seguir adelante, en una situación a corto plazo. Podría
ser útil, pero cuando la situación parece que se prolonga en el tiempo, tenemos la obligación de repensar
las acciones que hay que tomar y se precisa reorientar las políticas culturales
con unas perspectivas a largo plazo y con una reflexión profunda sobre la
realidad del sector y la situación de excepcionalidad por la que pasamos, así
como poner en valor la relación entre sector público y sector privado en la
actividad cultural.
Lo
primordial ahora es dotar de liquidez a las empresas privadas afectadas, fundamentada
en el mantenimiento de las estructuras estables de trabajo. Pero esta
trasmisión de liquidez no puede hacerse sin utilizar criterios empresariales sólidos,
pactados, demostrables, contrastados y estables a futuro, de ahí la importancia
de los datos del lucro cesante.
Sabemos
que toda acción de esta naturaleza comporta riesgos, ya que los perjudicados,
por no atenderlos, a menudo ni lo aceptan ni lo entienden, y no es momento de tratar
de discutir la legitimidad y fundamento de todas las reivindicaciones, sólo hay
que comprender que todas resultarán difíciles de resolver y muchas no van más
allá del interés individual. Ahora es momento de hablar del común.
Hacen
falta recursos y tiempo; hace falta establecer un marco de prioridades. Pero
esta es la tarea de la gestión política y de la administración pública destinando
recursos y marcando los tiempos para salir de la crisis en el sector cultural
sin limitaciones y, si se retrasa en el tiempo, será mejor la espera que volver
a una normalidad ficticia.
Resalto que una de las
necesidades principales en estos momentos es la necesidad de disponer de
economía para mantener los puestos de trabajo y hacer frente al sostenimiento
de las empresas que son las que generan y mantienen los empleos fijos en un
futuro. Por esta razón, las administraciones públicas deben ser muy prudentes
con las acciones que tomen para no hacer mayor la crisis, que según las medidas
que se adopten puede agudizarse. Por eso, los interlocutores deben poner encima
de la mesa datos reales y demandas limpias de demagógicos cantos de sirena.
La Administración debe contribuir a recuperar la
normalidad. En esa fase estamos y, depende de las medidas que se tomen,
subsistiremos o moriremos como sector económico. El sector sigue a la espera de
decisiones que generen certezas.
Dicen
que la cultura sobrevive siempre a las tempestades, pero en esta ocasión el
panorama es desalentador y preocupante. La situación de excepción y alarma
sanitaria requiere de responsabilidad cívica, y esta es un acto individual que
se convierte en acto colectivo y solidario con su seguimiento. Requiere un
componente cultural.
El sector cultural, en estas
circunstancia excepcionales, ha respondido aplicando todas las medidas que
desde las autoridades políticas y sanitarias se han decretado, asumiendo
responsablemente estas medidas como necesarias y excepcionales ante la
situación de emergencia sanitaria, dando prioridad a la salud de los ciudadanos
sobre los legítimos intereses económicos.
Han quedado paralizadas todas las
actividades económicas del sector cultural. Esta situación ha generado una gran
incertidumbre sobre el futuro de nuestros proyectos de vida y más al no tener
futuro claro sobre la duración y el tiempo de suspensión de nuestra actividad.
Sabemos que sin las medidas adecuadas el
nivel al que podemos llegar es de pánico. Y, aunque en estos
momentos delicados tenemos que transmitir ánimo y confianza, la cultura está en
una situación delicada. Hay que tomar decisiones rápidas, pero sabemos que
las decisiones que se tomen tendrán
consecuencias económicas y sociales en el sector de las artes en vivo que
pueden ser devastadoras o esperanzadoras. Hay motivos para
pensar, reflexionar y cambiar hábitos y rutinas culturales, quizá es el momento.
Las artes en vivo no morirán nunca, de eso estoy seguro; ahora bien, siempre
que las protejamos de la mejor manera. Somos cultura, no solamente
ocio, en eso consiste nuestra fortaleza.
En estos momentos se están cancelando todos
los espectáculos y giras previstos para estos meses. Los trabajadores del
sector, tanto si trabajan por cuenta ajena como si lo hacen por cuenta propia,
que a menudo se encuentran ya en una situación precaria, se enfrentan a una
repentina y dramática pérdida de ingresos, de difícil recuperación más
adelante. Muchas
organizaciones del sector de las artes en vivo se pueden ver profundamente
debilitadas o en peligro, debido a la eliminación del número de actuaciones,
giras y eventos en vivo. Por eso, hay que intentar paliar la situación
adoptando medidas rápidas y eficaces.
Incluir a empresas y asociaciones culturales en los
potenciales beneficiarios, junto a empresas de turismo, comercio y hostelería,
de la aplicación del Real Decreto 7/2020 de 12 de marzo.
Acelerar la publicación de la Convocatoria de Ayudas
de las administraciones públicas para 2020 para generar confianza en el sector.
Desde el punto de vista de la Seguridad Social,
exención del pago de cuotas de la Seguridad Social y Autónomos a todo el sector
cultural para el periodo de cierre obligatorio. Asimismo, a nivel fiscal solicitar
un aplazamiento en el pago de impuestos de al menos tres meses.
Flexibilizar, en la medida de lo posible, las ayudas,
dando prioridad al mantenimiento de las estructuras y compañías, aunque ello
implique generar una menor actividad; por otro lado, sabemos que se va a tardar
un tiempo en volver a ocupar los espacios de exhibición.
Promover en el contexto de la Comisión Intercultural
con las CCAA que la actividad cancelada por fuerza mayor se considere recuperable
y comporte devolución, y lo más pronto posible se recupere y no se supriman las
actividades culturales.
Articular un mecanismo que permita un aval de
carácter público automático a todas las ayudas concedidas en resolución
provisional o línea de préstamos sin interés con aval público.
Seguiremos poniendo todo nuestro empeño en cumplir,
por responsabilidad cívica, todas las medidas que se acuerden. La emergencia
decretada debe parar la tempestad y mantener la cultura como el aspecto definitorio de lo que significa ser humano.
Estos días estamos viendo como el sector de las artes en vivo sigue manteniendo
el optimismo y la solidaridad asumiendo con responsabilidad cívica la
situación.
Los acontecimientos siguen el devenir anodino que marca la inercia de la costumbre y la crispación provocada por los sin ideas. El mundo se desvanece y la realidad sigue el mito de la caverna de Platón. Permanecemos encadenados dentro de la cueva, desde qué nacemos, y solo reconocemos las sombras que vemos reflejadas en la pared que componen una realidad reflejada, imperfecta, líquida.
Vivimos la verdad reflejada en la pared de la caverna, que desdibuja los
acontecimientos importantes que afectan al pacto social. Nos olvidamos con
facilidad del cambio climático y la emergencia ecológica, del aumento de la
desigualdad, de los cambios inevitables de la revolución tecnológica en
nuestros hábitos culturales y, en nuestro modelo productivo, postergamos el debate
sobre la intocable propiedad privada. Arrinconamos la emergencia social
imparable para una parte de la sociedad. que ya vive al margen, y no alertamos
sobre la vulgar situación política con líderes más motivados por la
testosterona que por la tolerancia y la diversidad. Vivimos una combinación de
ignorancia, incongruencia e impotencia.
Nada parece remover las conciencias rebeldes. Todo permanece en su aspecto
líquido, como diría Zygmunt Bauman. En el actual momento de la historia, las
realidades sólidas de nuestros abuelos se han desvanecido, han dado paso a un
mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia,
agotador.
La sociedad civil y el pacto social, que permite y regula la convivencia
entre humanos, permanece adormecido por debates insulsos, llenos de lugares
comunes, de palabras huecas. Las gentes han dejado de reflexionar, de pensar, de
buscar el bien común. El ruido en la comunicación es intenso y ya nadie oye, la
información se llena de falsedades, dogmas y discursos fanáticos e insolidarios.
En palabras del propio Aristóteles,
"así como el hombre, puesto en su perfecta naturaleza, es el mejor de
todos los animales, así también, apartado de la ley y de la justicia, es el
peor de todos; porque no hay cosa tan terrible como un hombre injusto con armas
y poder".
Pertenezco
a la generación que creyó y vivió la necesidad de poner en valor la educación
como única posibilidad de tomar el ascensor social y permitir una mayor
igualdad. Defendí el acceso generalizado a la
educación mediante la extensión de las escuela gratuita y obligatoria. Soy de la
misma generación que entendió la presión fiscal como la plasmación numérica de la cantidad
de dinero que los ciudadanos están dispuestos a entregar al Estado para
sufragar el orden social. Entendí la sociedad del bienestar como sociedad que
buscaba la igualdad y el compromiso. Favorecí la construcción de una
administración pública que repartiera a cada uno según sus necesidades y
solicitara a cada uno según sus posibilidades. Siempre pensé que las leyes que
los seres humanos se dictan para convivir, no son dogmas de fe, que deben y
pueden cambiarse con el devenir de la historia y el avance de las ideas y las
costumbres.
Al igual que las leyes las hacen los humanos, también las cambian los
humanos. Nunca escondí que mi formación y mi pensamiento surgen de la
influencia de las utopías igualitarias que se sustentan en la libertad, la
igualdad y la fraternidad. Pero actualmente contemplo el mundo y todo se
desvanece. Tras vivir toda la transición de la dictadura franquista a la
actualidad democrática, me encuentro otra vez en el punto de partida. Recientemente
decía un amigo, “¡basta de decir basta!”. Qué razón tenía. Una vez más,
tendremos que hablar y oír al distinto, porque el diálogo y las palabras son la
parte esencial de la política, la que hace posible la diversidad y la
diferencia, y son las palabras las que nos acercan al entendimiento.
En este trascurrir
cultural, político e histórico que he vivido, reconozco que las palabras han sido objeto de sueños, de mitos, de
pasiones favorables u hostiles. Las palabras han servido siempre para generar
ideas y estas ideas deben ser utilizadas para renovar las sociedades en sus formas,
costumbres y en sus políticas. Las palabras hechas ideas, si se oyen con
tolerancia y sin distorsionar su significado, cobran valor. Por eso, reitero,
basta de decir basta, hay que actuar utilizando las palabras, dialogando, haciendo
un ejercicio de responsabilidad cívica, ética y democrática que nos permita
renovar el pacto social y rechazar los fanatismos obtusos que convierten la
ruindad en exaltación e intolerancia. Lo digo, una vez más, ¡basta de decir
basta! Actuemos superando el pesimismo de la realidad y pasando al optimismo de
la acción.
Me veo obligado a presentar este acto acompañado por Saramago, por Dios y por Caín, para tratar de seducir a la concurrencia, evocar el pasado y afrontar el futuro, si es posible, con su condescendencia.
Espero que mis palabras leídas -la enfermedad ordinaria de la vejez me obliga- sirvan para el fin para el que han sido concebidas, y si no Dios, Caín y Saramago impidan su desarrollo.